Un texto de Disperso
“No te fíes nunca de una persona sin vicios” Refranero popular
La estampa era la siguiente: seis mujeres a la intemperie, en pleno diciembre y en manga corta, fumando el enésimo cigarrillo mañanero, yo adentro, bajo techo. Ante la voz colectiva uno empequeñece y queda mudo; aunque se le dibuje esa sonrisa lateralizada al escuchar ciertos tópicos, uno opta por enmudecer. Que si la ludopatía no conviene, que si patatim-patatam. Otra, desde su trono más allá del bien y el mal, iba aún más lejos, y se afanaba en festejar lo mucho que le disgustaban los lugares donde se juega dinero, “como el Bingo”. ¿Perdón?.
Veamos, cierto es que en época de crisis el juego está a la alza. Lo mismo pasa con el alcohol. Señoría, ¿podemos incluir como dato que la perpetradora de tal comentario pertenece al gremio de las Trabajadoras Sociales? Gracias. Seguimos; en una sociedad como la nuestra , la ludopatía, como enfermedad, extiende sus tentáculos, estigmatizando cualquier acto o juego que esté relacionado con el dinero y su apuesta. La Navidad, en cambio, es una época fantástica para saltarse las normas: ¡hasta los diabéticos comen turrón!. Y comprar lotería de forma masiva no es (ni por asomo) sintomático de padecer el mal de la ludopatía. Esto es, se trata de una costumbre, una tradición arraigada, y como tal, naturalizada. Y, además, ya sabemos lo que son las partidas de poker, o cómo se conciben: un contexto de adicción donde el alcohol y el tabaco se consumen como el agua, y donde es imposible ganar, porque en el caso de que eso sucediese es más que probable perder todos tus dientes en el callejón posterior que hay en toda vivienda o local donde se juegue a poker. De acuerdo, lo admito, me he dejado llevar. Pero, un momento, dejémonos llevar más, ¿cual es el juego de apostar dinero por excelencia, presente en las navidades?. El Bingo, ¿no?. Y yo creo que hay algo de demencial en ese juego. En un juego puramente de azar, no puede ser bueno tardar tanto en saber si vas a perder.
No es lo mismo ser adicto a algo (cosa que no negaremos) a que la adicción te haga perder el dinero y los papeles, más-allá-de-lo-debido. Pero, entonces, ¿por qué engancharse a algo como el poker?. La pregunta ya viene contaminada de serie, podríamos responder un simple ¿por qué no?. Y el sujeto-acusador la reformula, “¿por qué engancharse a un juego con el que puedes perder dinero?”. Veamos, tampoco es que seamos adictos a la derrota, esa pregunta debería quedar reservada para los seguidores del Atlético de Madrid, por ejemplo. En fin, nuestra contestación, como persona sensible-susceptible podría ser la siguiente: ¿es que no inviertes tú dinero en el gimnasio?, ¿acaso no sales a cenar fuera siempre que puedes?. Así que, repito, lo más fácil, al fin y al cabo, debería ser callar.
Más vale dejarles estar. Si le explicas a alguien en qué consiste el juego, el buen rato que se pasa y te sale, de nuevo (y van…), con la dichosa pregunta de marras, es que no lo entenderá nun-ca. Y de nada servirá que le matices la sensación vivida, esa mezcla de incerteza e ilusión que se vive al descubrir las dos cartas que te han tocado en la mano. De nada servirá que le expliques que esos segundos que pasas vacilando si ir o no ir mientras mueves tus fichas con una mano ya pueden valer toda una partida. Nada útil sacarás de hablarle de all-ins y flops, de esos picos emocionales, de esos cambios de rumbo de lo que tan importante es para un jugador, la confianza en sí mismo y en el juego. En fin, de todas esas sensaciones y estímulos que te agitan y sacuden durante una partida o torneo. ¿Y el dinero? ¿acaso no importa?. Un momento, tampoco nos perdamos por la senda explicativa. No sé tú, le diría, pero yo quiero llevármelo. Siempre.